Cargando...
«...él no ha muerto, se ha inmortalizado! Es un héroe, y la muerte es la vida de los héroes!» Crónica sobre la muerte de José Eduvigis Díaz, Cabichui, 10 de febrero de 1868.
Un paraguayo de casimir inglés
La lluvia porteña no impide al hombre arreglar sus papeles y objetos de mudanza. A la noche escribirá: «Con el corazón oprimido y el espíritu profundamente triste me separo de estos lugares donde he pasado diez años de mi vida, acaso los más felices de mi borrascosa existencia. Buenos Aires, 4 de agosto de 1899». En su casa recién vendida de la esquina de Santa Fe y Laprida lleva días guardando sus libros, que ordena por autor y tema en cajas de madera. Los títulos guardados los apunta minuciosamente en un cuaderno de hojas cosidas, con mano temblorosa. Con pincel y tinta roja escribe sobre la tapa leñosa: «Caja número 126, libros». En la puerta cancel abierta se recorta de pronto una silueta infantil. Un jovencito empapado le trae cartas y un telegrama. Su esposa Bicu, desde Asunción, le pide dinero para pagar el colegio de los muchachos y también el alquiler. Esta mudanza de regreso al Paraguay se está prolongando y la familia ha tenido que adelantarse para que los niños no pierdan clases.
Lea más: La procesión de los trofeos
Aunque las cuentas lo agobian, sabe que su principal capital es su impecable presencia con traje de casimir inglés, sus bigotes recortados en la barbería de la calle Maipú, sus publicaciones sobre la Guerra de la Triple Alianza y su enorme colección de cuadros franceses, de los que la prensa argentina, chilena y uruguaya se han hecho eco. Si sus mañanas son parsimoniosas por el meticuloso y lento embalaje de libros y cuadros, desde el mediodía su vida se transforma en una vertiginosa agenda de almuerzos, paseos por Palermo, visitas a museos y galerías de arte privadas en compañía de políticos e influyentes empresarios paraguayos, argentinos y del mundo.
Un intelectual sibarita
Juansilvano Godoi es uno de los paraguayos más complejos de la posguerra del 70. Escritor de ensayos polémicos, fundador en Asunción de la agrupación política Gran Club del Pueblo en 1869 y constitucionalista de 1870; autor intelectual del magnicidio de 1877 contra el presidente Gill, instigador de varias revoluciones golpistas, fue también un exquisito coleccionista de arte y comprador compulsivo de libros, joyas y pañuelos de seda en Gatti y Cháves de la capital porteña. Apostador permanente del número 8 en la lotería, visitante asiduo de la casa fotográfica Castillo y Freitas, donde se hacía retratar sacando partido de su escultural figura de 1,78 metros, dirigiendo al fotógrafo, posando para la posteridad con libros y objetos simbólicos de refinamiento y poder. Negociador de millonarias deudas propias y ajenas, atormentado visitante de bancos hipotecarios para escalar una fortuna que subió y bajó varias veces con la celeridad de una montaña rusa. Entre sus múltiples negocios, incursionó en la compra y venta de armas, de obras de arte y de las tierras que fueron de Solano López en Brasil y Argentina.
Entre la guerra y el arte
Entre todas las facetas de su personalidad, hay una por la cual Juansilvano quiere ser recordado en la posteridad y es haber transformado al general José Eduvigis Díaz en el principal héroe de la guerra de la Triple Alianza. Por eso siente que la vida le sonríe cuando, invitado por Cecilio Báez a almorzar en el Splendid Hotel de la Avenida de Mayo, frente a encumbradas personalidades, Báez pide champagne y hace un brindis por «el historiador del primer héroe paraguayo, el general Díaz». Juansilvano recibe entonces el aplauso del ex vicepresidente del Brasil, Dr. Victorino Pereira, el diplomático de Guatemala, señor Cobos, el senador Benegas, el director del Museo de Bellas Artes, Eduardo Schiaffino, entre otros.
Recibe los aplausos como un acto de justicia mientras piensa: «Yo inventé a Díaz. Yo, como nadie, vi su espíritu batallador y su entusiasmo febril; sin mis escritos, en el Paraguay creerían que López fue su único líder». Dice Juansilvano al presentar a su héroe: «Exaltado su espíritu por ideales de gloria, joven, ardoroso y abnegado, incubaba proyectos atrevidos y heróicos relativos a las operaciones de guerra, con la íntima convicción de que estaba él destinado a ejecutarlos» (Monografías históricas, 1893).
Lea más: Cuando la ciudad es demolida, solo queda imaginarla
Pero Godoi irá más allá de oficiar de panegirista. Convencido de que solo el arte puede inmortalizar y trascender, se propone llevar su relato sobre el héroe Díaz a todos los formatos posibles. No le basta encumbrar al general Díaz como el «Vencedor de Curupayty» en sus libros y artículos de prensa. Necesita materializar a Díaz, convivir con su imagen, multiplicar su retrato y que las futuras generaciones se familiaricen con el superhéroe y lo imiten. Quiere reproducir a Díaz vivo, y para ello encarga al italiano Guillermo Da Re varias versiones de retrato a lápiz y al óleo, y una escultura de bronce al escultor francés Louis Rauner.
Dormir con el héroe, o la historia de los dos sarcófagos
Sin embargo, nada sacia su fanático deseo. Godoi necesita más. Quiere materializar al héroe de Curupayty, al General de pierna destrozada por un bombazo en el río, aquél que cruzó la línea de la vida convirtiéndose en semidiós y leyenda, situado para siempre en un plano superior, inalcanzable. Godoi quiere abrazar a un Díaz tridimensional yacente y tenerlo para sí, muerto y glorioso, para dormir con él bajo el mismo techo. A finales de 1897, concibió en Buenos Aires la extraña proeza de recrear un lujoso ataúd con la escultura del guerrero en su interior. Sabía que el cuerpo de su ídolo yacía en la Recoleta de Asunción dentro de un sencillo pero «sólido cajón de cedro, con otro interior de plomo». Pero semejante adalid de la historia merecía un reposo digno, y Juansilvano se propondría reparar el hecho.
Lea más: López en Curupayty
Una locura así solo puede ser comprendida por su nuevo amigo, el artista Da Re, con quien llegará a tener una confianza extrema. Durante tres años, Juansilvano, ayudado por Da Re, supervisó todos los detalles de esta obra magna. La mejor madera, con empuñadura y tornillos de plata, todo debía hacerse a medida. Juansilvano demuestra dotes de diseñador industrial.
En 1897 tiene lista la escultura de Díaz yacente, en terracota, y planifica los siguientes pasos, que se ven detenidos por su agitada vida política.
El 7 de septiembre de 1899, le manda decir a Da Re que lo espera al día siguiente para abrir el cajón del busto del general Díaz e ir a encargar el cajón fúnebre para el mismo.
El 8 de septiembre de 1899 anota en sus apuntes: «Da Re almorzó conmigo; abrimos el cajón del busto de Díaz. Después fuimos a la cochería de Volpi en Viamonte esquina Cerrito para mandar hacer un cajón para el busto del Vencedor de Curupayty. Volpi hijo toma las medidas del cajón, y dará un presupuesto. Da Re hace un pequeño croquis del escudo del Paraguay para la esculturación del cajón».
Al día siguiente, va a lo de Volpi y cierra trato sobre el cajón: «Un cajón suntuoso y digno del General Díaz, en trescientos pesos de moneda nacional. Es un verdadero sacrificio para mí, pero acepto conscientemente este desembolso tan fatal a mi flaco erario a nombre del patriotismo y en homenaje al héroe».
El trabajo avanza lentamente durante tres meses, con frecuentes interrupciones porque no se consiguen los materiales que desea Godoi, o porque este hace correcciones del escudo, de las fechas de las batallas y de todos los símbolos que debe llevar el catafalco. Godoi termina cediendo en poner tornillos de bronce bañados en plata, a falta de una buena fundición de plata pura.
En su cuaderno personal, anota diariamente los avances. El 10 de septiembre pide a Da Re que modifique el escudo de Paraguay que dibujó para el cajón de Díaz. Dos días después van juntos a la cochería Volpi a hacer las correcciones.
Lea más: Historia y ficción de un 12 de abril
También encarga a Da Re una bandera pintada a mano con el escudo de Paraguay, para completar la puesta en escena.
Una semana después, Da Re trae malas noticias respecto al trabajo recomendado a la casa de Volpi: todo lo hecho es defectuoso. Es un mal día, ya que también llegan noticias de que en Paraguay la peste bubónica está haciendo estragos.
El cajón fúnebre artístico desata complicadas discusiones y la cochería le pide otra entrega de dinero para continuar. Cuando por fin anuncian que han terminado el trabajo, Da Re constata que se equivocaron con las letras de las batallas. Deben rehacer los trabajos y corregir. Juansilvano ya no quiere tratar con esa gente y pide a Da Re que se ocupe, y que lleve tela de raso blanco para que forren el interior.
Para fines de septiembre de 1899, Juansilvano recibe en su casa el cajón y dispone una habitación especial para instalarlo, junto al gran cuadro pintado por Da Re, que representa al Mariscal Lopez y al General Díaz, ambos a caballo. El 29 de septiembre Da Re y Juansilvano colocan la esfinge de terracota representando a Díaz dentro del cajón. Trabajan toda la mañana y Da Re se queda a almorzar.
A partir de allí, pasan otros tres meses de terminación de los detalles: trabajos de la modista que prepara una puntilla para el interior del cajón y una cubierta negra de tela donde Da Re pintará el escudo nacional. El fundidor Manuel Delgado hace las piezas complementarias en plata. También se lleva la manija y los 8 tornillos del ataúd para hacerlos platear. El dorador Bello trabaja hasta noviembre haciendo filetes dorados al ataúd.
Lea más: Helio Vera y Juan B. Gill: entre la ficción y la historia
Desde el 11 de febrero de 1900, cuando Da Re le pone el lema «Paz y Justicia» a la bandera paraguaya, el salón de la casa de Godoi queda oficialmente abierto a las visitas y se convierte en un sitio de culto que reanima las conversaciones sobre la guerra del Paraguay.
Frente al muerto Díaz, hecho héroe por derrotar a Mitre en Curupayty, extrañamente ese mismo día Juansilvano Godoi recibe una invitación para conocer la Biblioteca del General Mitre, con quien mantiene una cordial correspondencia. Su corazón tiene espacio para admirar a ambos generales enemigos.
La obsesión por Díaz: tumba, cigarros y amores
Godoi convierte su vida en una verdadera cartografía de José Eduvigis Díaz. Recorre los lugares de su memoria y se rodea de objetos que lo evocan.
La obsesión por Díaz fue turbando su alma. Quedaba rendido ante cualquier pista que lo llevara al Vencedor de Curupayty. En sus viajes a Asunción siempre dejaba tiempo para visitar la tumba de Díaz. Y también para acudir a la cigarrería de Sosa y Cía. para comprar los cigarros General Díaz. Su fanatismo por Díaz a veces le hacía desvariar y confundir los sueños con la realidad. Durante abril de 1900, en Buenos Aires, creyó enamorarse perdidamente de una joven que vio en el tranvía y que, según le dijeron, sería la hija de Díaz. Su romántico arrebato lo haría pasar diariamente por la calle Larrea, donde la casa de su amada permanecía siempre a oscuras, con las persianas cerradas. La frustración de no volver a encontrarla lo llevó a enfermarse de romántica desesperación.
El desembarco final
El 31 de mayo de 1901 en el vapor Golondrina Juansilvano Godoi desembarcó en Asunción, para radicarse definitivamente en Paraguay. En el mismo barco llegó su mudanza con gran parte de la colección de cuadros y libros que más tarde conformarían el Museo de Bellas Artes y la Biblioteca Americana, abiertos oficialmente en 1909.
Fue así como desembarcó en Asunción, tras una lenta travesía aguas arriba, el «otro» sarcófago del general Díaz, una tumba fantasiosa concebida por un hombre que se identificó con el Vencedor de Curupayty de manera insana y genial y que entendió que el arte sería su mejor escudo para blindarse y combatir a sus enemigos desde su superioridad cultural.
Lea más: Juansilvano Godoi, el último romántico
Godoi enfocará sus años de Asunción en construir su imagen de mecenas para borrar su pasado magnicida. Si fue capaz de construir un héroe, ¿por qué no podría construir su propio relato para la posteridad?
Pero actualmente corren tiempos de fake news y memorias borradas. El catafalco artístico ha sido restaurado con motivo de los 150 años de la Guerra de la Triple Alianza y llevado a Cerro León, y las autoridades nacionales en sus discursos ensayaron extrañas explicaciones, ignorando que ese artístico sarcófago no fue un homenaje del Mariscal López, sino una romántica locura de alguien que no participó de la guerra, pero llevó su obsesión hasta las últimas consecuencias.
*Alejandra Peña Gill es museóloga (Instituto Argentino de Museología), con especializaciones en la Bibliothèque Nationale de France y el Archivo Nacional de Seúl, investigadora en historia, escritora y podcaster. Ha publicado los poemarios Ñanduti selvagem (Asunción, Yiyi Yambo, 2008) y Exégesis (ganador del premio Emily Dickinson-Gladys Carmagnola 2020, otorgado por el Centro Cultural Paraguayo-Americano).